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La prensa habla de Santa Lucía
Misión en italiano en Santa Lucía
El párroco de Santa Lucía informó al arzobispo sobre la misión realizada entre el 10 y el 24 de marzo. Durante 15 días de la misión hubo dos distribuciones, una por la mañana a las siete con misa e instrucción doctrinal con una concurrencia que no bajaba de 150 personas, una cifra halagadora si se tiene en cuenta que la inmensa mayoría de la colectividad italiana pertenece al elemento obrero.
Las otras tenían lugar por la noche a las 7.30. Comenzaba con el rezo del santo rosario, seguido de un canto piadoso a la Virgen. Luego el padre misionero daba instrucción doctrinal, a la que seguía el canto del "Veni Creator" y el sermón, terminando todo con la bendición con el Santísimo Sacramento. En esta distribución la concurrencia no bajaba de 500 a 600 personas, la mayor parte hombres.
Desde el comienzo de la misión y desde muy temprano el padre misionero la pasaba todo el día consagrado a las tareas del confesionario, por lo que al comenzar la segunda semana hubo que solicitar la ayuda del padre Luis, de la misma congregación. Pero la tarea no disminuyó; las confesiones se multiplicaron.
Durante la misión las comuniones no bajaron de 3000, correspondiendo más de la mitad al último día, de las cuales gran número fueron mayores de edad.
Se repartieron gran cantidad de libritos a los hombres y a las señoras rosarios que fueron donados por la Sociedad de Misiones San Francisco Solano.
La noche de la clausura el templo estaba repleto de gente, ocupando incluso la nave central y los pasillos.
Las antiguas fiestas patronales
Desde entonces, las fiestas patronales fueron y siguen siendo algo excepcional en la ciudad, habiéndose perdido únicamente el colorido de los pintorescos festejos de fines de siglo, que duraba días y que fueron evocados por el presbítero Ignacio Paso Viola: "Las fiestas patronales de ocho días, las carpas, murgas, calesitas, y el celebérrimo palo enjabonado de 'La Banderita', los acróbatas, etc. Aquel corso de la calle Larga con la doble hilera de grandes arcos de gas, gallardetes y banderas, a los que concurría lo más distinguido de la sociedad porteña y que más de una vez se vio honrado por presidentes de la República..."
Los actos religiosos se cumplían en un marco de fervorosa unción y la gente olvidaba las categorías sociales, mezclándose ricos y pobres, blancos y negros, identificados en el culto a la venerada imagen. Muchos hombres y mujeres llegaban a las puertas del templo, de rodillas; los rostros traslucían la satisfacción de haber dado cumplimiento a sus promesas. Otros, con el cabello dejado crecer ex profeso hasta los hombros, arribaban desde lejos cargando pesadas piedras.
Completaban el cuadro descripto, los bailes, los bazares al aire libre, los sones de la música que brindaba la banda de "La Marina Argentina", el pregón de los vendedores de rosquillas, estampas y velas, y las carreras de sortijas, que daban oportunidad a muchos vecinos de sacar a relucir sus aperos y ropas de paisano, a fin de dirimir supremacías con jinetes llegados de barrios y pueblos cercanos. El público asistía entusiasmado a estas demostraciones de agilidad y destreza, premiando a quien lograba sacar la sortija con vítores y aplausos. También solían hacerse fogatas como en las festividades de San Juan, y era dable observar a "orilleros de mi flor, con el clavel tras la oreja y la guitarra en la mano", montados en sus caballos que avanzaban veloces y en briosa puja saltaban sobre barricas de alquitrán que, cedidas por los barraqueros del lugar, se colocaban en determinados tramos del colchón de arena que señalaba la pista.
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