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Barracas al Norte, sede de Santa Lucía, contaba con un templo flamante, y una feligresía entusiasta. Hacia el sur, se veían las chimeneas de fábricas nacientes, edificios en construcción, carretas que llegaban de la provincia cargadas de lanas, cueros y de trigo. Al oeste, las chacras y quintas comenzaban a ceder el lugar a la edificación. Siempre el barrio norte ha sido considerado el "barrio aristocrático" de la gran Capital. El sur estaba formado por elemento extranjero en su mayoría. Gente pobre, trabajadora y humilde.

En el territorio parroquial funcionaban 32 escuelas. La preocupación de Orzali fue enseñar catecismo a los niños. Todos los días recorría las escuelas, aguardando que terminaran las clases para poder entrar. Debió vencer la resistencia de los maestros, pero bien pronto la caridad, paciencia y espíritu de sacrificio del sacerdote, modificaron la cerrada actitud de los maestros.

Al principio los chicos no fueron muchos. Pero luego, un poco las estampitas y medallas que repartía y mucho más la amenidad de la exposición de Orzali, siempre alegre y cordial, ganó los corazones de los chicos.
Cuando contó con un grupo importante estableció la "Misa de los niños" que se oficiaba a las diez. A veces pasaban de mil doscientos niños.

Por la tarde, para "la doctrina", chicos y chicas acudían a divertirse en el patio del templo y en los "potreros" vecinos. Luego se hacían las clases de doctrina. Terminada la explicación de catecismo, subía al pulpito Orzali y hablaba a todos.
Instituyó la práctica de las homilías de cinco minutos. En todas las misas, desde las cinco hasta las trece, en Santa Lucía se predicaba la palabra de Dios. El párroco salía del confesionario predicaba reloj en mano sus cinco minutos, y luego retornaba el confesionario.

Terminada la misa, salía al atrio a saludar a la gente, tomar contacto, y a preguntar por los enfermos y por los ancianos que no podían ir al templo.
Desde el pulpito pedía que le indicaran dónde había enfermos. Luego, a la salida, solicitaba las direcciones. Y Orzali no dejaba enfermo sin visitar, fuera éste católico militante o anarquista rabioso. A veces no iba tanto para visitar a los enfermos cuanto a tomar contacto con los sanos.

Era todo: cura, teniente, sacristán, portero, acólito, etc. En ningún momento rehuyó el trabajo y sorprendía a sus tenientes por realizar funciones que cualquier otro párroco hubiera dispuesto que las hiciera el teniente o el personal de servicio.
El ochenta por ciento de los mayorales del viejo tranvía "Ciudad de Buenos Aires" con sede en Barracas, fueron recomendados por él. Lo mismo los "boleteristas". El párroco era gran amigo de los dueños de la empresa. Y la parroquia se convirtió en una suerte de lugar obligado para los que buscaban empleo. Fueron tantas las recomendaciones que debía dar, que luego se extendieron al Ferrocarril del Sur y al Aserradero de Badaracco.

No desdeñaba nunca de sentarse y hasta de almorzar en cualquier rancho. Contaba en cierta oportunidad a sus tenientes que para complacer a un amigo, debió comer en su casa ¡Y cuál no sería su repugnancia cuando vio que hacían la comida en la misma olla que momentos antes habían lamido los perros! Pero Orzali hizo de tripas corazón y compartió la sopa con sus feligreses.

En la parroquia se imprimía uno de los periódicos más mordaces que ha tenido Buenos Aires, en donde también se atacaba a Orzali. El párroco no encontró otro expediente mejor que invitar al director de la revista a almorzar con otros amigos en la parroquia. Desde ese día el periódico no se ocupó más de Orzali ni de su parroquia.

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El párroco que luego fue Obispo

A pesar de su sencillez, el primer párroco fue una figura destacadísima de la Iglesia argentina. En Santa Lucía organizó uno de los mejores Círculos de Obreros, que se caracterizó por sus servicios sociales. Fue el fundador de las hermanas rosarinas, que conservan su casa genera licia en Barracas, pero que están presentes en muchos lugares del país. Fue arzobispo de San Juan y se ha iniciado la causa para su beatificación. Desde la parroquia de la Piedad, donde se desempeñaba como teniente, llegó a principios de 1890 con el nombramiento de cura párroco de Santa Lucía. La ceremonia no pudo evitar que la feligresía manifestara su pesar por el alejamiento del "padre Antoñito", quien se despedía del barrio de Barracas y presentaba al nuevo párroco. Más que recibir al joven sacerdote que aún no había cumplido veintisiete años-, la gente manifestaba su pesar por quien se había brindado totalmente a la atención pastoral del barrio.

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